Paseos

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La señora Pepa estuvo en la casa como por tres años, me dice Mary de pronto, como si despertara de un sueño. Ya tiene que haber hervido el agua, ¿quieres un tecito?

En la cocina y mientras preparo las tazas, Mary se acuerda nuevamente de su suegra. La misma que le hizo la vida imposible cuando ella apenas se había casado con Gregorio, la misma que la mandaba a callar al primer chistar y que perdonaba y justificaba todas las borracheras, malos tratos y chanchadas de Gregorio, en ese entonces y a lo largo de su vida, hasta que falleció.

Doña Pepa estaba muy mal, con una diabetes muy avanzada, dice Mary, pero la viejita no se dejaba atender. Era muy orgullosa ella y porfiada. En su departamento con vista al mar tenía la pura escoba. Se estaba quedando ciega y no le decía nada a nadie. La empleada le robaba lo que podía y ella no se daba por enterada. Gregorio fue varias veces de visita «sorpresa» pero no resolvía nada. Le dejaba plata y le cambiaba la empleada, pero aparecía otra peor.

Acá Gregorio echaba los diablos abajo y se rajaba reclamando, pero no podíamos hacer nada, si la señora era tan porfiada. Se rehusaba a ir a ninguna parte, ni al hospital iba la vieja catete. Era un dolor de cabeza constante y yo con las niñitas chicas. Puros problemas.

Después, Gregorio le contrató una enfermera que se hiciera cargo de la pobre vieja, pero resultó peor. La mujer, de alguna forma, se conseguía una cantidad de calmantes y remedios. Cuando fuimos a ver a mi suegra, ¡¡ni hablaba!! estaba totalmente dopada, se le pegaban los labios y no conocía a nadie. La enfermera se hizo la tonta y dijo que un médico le había recetado todas esas leseras. Yo le pedí ver las recetas, tú sabes que Roberto, mi primo es médico, pero no me hizo caso. Que no las tenía, insistió, mientras agarraba a doña Pepa como a una muñeca de trapo, la subía a la cama y le hacía unos masajes, que te mueres. Tan bruta la mujer. Le golpeaba los muslos, según ella para que se reactive la circulación, como quién machaca carne. Mujer de mierda, ¡qué bruta!. Ahí Gregorio se molestó y la echó enseguida. Internó a doña Pepa en una casa de reposo que costaba una fortuna y nos vinimos de vuelta.

Al tiempo después, la Nena llamó,  todavía se hablaban con Gregorio, y avisó que su mamá estaba en muy malas condiciones en la casa de reposo. Partió Gregorio para allá. No sé bien qué pasó, pero al final apareció con doña Pepa aquí en la casa. La pobre vieja estaba flaca, acabada, le habían robado sus joyas y se las habían reemplazado por puras baratijas que ella juraba que eran sus cosas, no veía nada y para colmo no se le entendía  mucho lo que hablaba, porque seguía dopada. Era como una vitrola sin cuerda, bla, bla, bla, como gorgoritos de agua, ¡qué terrible!.

Acá le armamos un cuarto justo aquí al frente, donde yo instalaba a la costurera y Gregorio contrató a tres mujeres para que estuvieran con ella las veinticuatro horas. Eran unas revoltosas. Comían todo el día. Jugaban naipes, veían tele, pero al menos la pobre vieja estaba atendida. Qué manera de gastar en ese tiempo. Yo iba al supermercado dos veces al día, compraba como para un ejército y siempre faltaba. Qué locura.

Una de ellas, la Sonia, tenía una citroneta vieja y un día sacó a pasear a doña Pepa. En ese tiempo se le había pasado el efecto de los calmantes y hablaba clarito. Yo no tenía idea, había ido a la peluquería parece y cuando llegué a la casa no había nadie, ni cuidadora ni suegra. Si Gregorio se enteraba iba a quedar la grande. Y esta mujer no aparecía. Qué terrible. Qué mal lo pasé. Y ya veía que Gregorio llegaba y no encontraba a doña Pepa.

Al final llegaron muertas de la risa, doña Pepa con corte de pelo y tintura y la Sonia bajándola apenas del autito. Me contó que habían ido a dar una vuelta al centro y de repente doña Pepa se acordó de una amiga que vivía por la punta del cerro y allá partieron. Estaba la amiga y estuvieron tomando té. Después, a la vieja de mierda se le antojó pasar a la peluquería y por eso se habían demorado tanto. ¡Qué mal rato!

Al final la vieja, de tantas, falleció en la noche, durmiendo. No sufrió ni nada y las mujeres que la cuidaban se fueron. Nunca más las vi. Eran divertidas. Yo creo que hasta trago le daban a la pobre, a ella le encantaba el pisco sour. Si estaba tan enferma, ¿qué diferencia podría haber?. Al menos murió tranquila.

La Cuñada

Al tiempo que llegó la señora Pepa a vivir a mi casa, empezó a aparecer toda la parentela de Gregorio, sin ningún aviso ni invitación.  A mí no me importaba porque en ese tiempo teníamos empleada y se compraba de todo, todos los días. Habían tres enfermeras, además, cuidando a doña Pepa. La pobre vieja no podía hacer nada por sí sola. Se la repartían en el día a la pobre y la ayudaban en todo.

La que empezó a aparecer bien seguido fue mi cuñada, la hermana de Gregorio. La Nena era muy simpática en ese tiempo, después se puso pesadita, pero Gregorio le hizo tantas chanchadas. ¿ Quieres un café?

Mary parte a la cocina, sin que me dé tiempo de acompañarla. Miro sin mucha curiosidad las fotografías que cuelgan de las paredes, donde salen ellos en sus viajes. Me pregunto cuántas cosas tuvo que aguantar en todo el tiempo que estuvo con su suegra viviendo en la casa. Entonces, Gregorio tomaba bastante y en varias oportunidades la policía le detuvo por manejar con trago. Eso y varias otras cosas más.

La Nena era muy especial entonces, muy coqueta ella, sigue Mary. Como había vivido en la capital por harto tiempo, se creía la muerte. Llegaba acá con unos vestidos que te mueres lo lindos, pero delgaditos, como telas de cebolla, no sé cómo no se moría de frío. Unos abrigos tres cuartos a la última moda, taco alto. Le encantaba andar de taco alto. Usaba siempre taco alto.

En las mañanas, los fines de semana, le fascinaba ir a la caleta de pescadores que hay aquí. En ese tiempo no era como ahora, llena de suciedad y con esos locales por todos lados, donde venden puras leseras. Entonces, era como una playita. Llegaban los botes a cada rato, con la gente cargada con mariscos, carne, pollos, corderos vivos y verduras para vender al lado del muelle o llevar a la feria. Era todo muy bonito y muy limpio. Ahora es un verdadero basural, lleno de gente, roban a cada rato  y no se puede andar. Mucha gente se quedó con la imagen antigua de la caleta. Hasta un pintor se hizo famoso retratando al lugar. Arriba hay un cuadro ¿lo has visto?

A la Nena le fascinaba el marisco y partía tempranito, de punta en blanco, a la caleta. Me decía que le encantaba el olor del mar, pero yo creo que le gustaba que los pescadores le silbaran y le dijeran piropos. Era muy buena moza ella. Llegaba y ya tenía gente que la conocía  y la atendían.  Se largaba a comer mariscos ahí mismo. A veces iba con mi hija mayor, Maryann y llegaban todas chorriadas de limón y jugo de ostras, choritos y quién sabe qué otras leseras, muertas de la risa, cansadas y todas mugrientas. Se quedaban dormidas al tiro y ni tomaban el té con nosotros. La señora Pepa siempre se reía que la Nena era una loca y que así nunca iba a encontrar marido, pasada a cochayuyo y con los zapatos tiesos de arena y caca de caballo, porque se juntaban carretas ahí a descargar los botes de la gente que iba a la feria a vender verduras.

Eran otros tiempos, entonces, ¿sabes? Después que falleció mi suegra, la Nena con Gregorio se distanciaron. Empezaron a pelear por las propiedades y quedó la pura pelotera. Ahora ya ni nos llamamos.

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El Bote

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Mary busca entre sus platos un cenicero. Esta disposición de las cosas en su casa del campo, como le llama, la desconcierta. No tuvo nada que ver, por alguna razón inexplicable y falta al respeto, pero ella francamente pasa por alto todo esto y se esmera en encontrar lo que busca.

Cuando lo tiene junto a ella, se da cuenta que hay otro en la ventana. Nos reímos divertidas y poniendo los dos frente a ella, disfrutamos el sol de la tarde, antes que las nietas regresen del agua y sus hijas empiecen a rezongar por los hechos cotidianos.

Conversamos sobre varios temas, saltando de uno al otro, sin orden ni suspenso, para no volver atrás. Mary no quiere volver atrás. Siempre me lo ha dado a entender. Sólo quiere que el día a día sea más sereno, que el tiempo avance lentamente y que pueda disfrutar de los escasos minutos de tranquilidad que puede robar. Por alguna razón sin sentido entramos en un diálogo que no tiene nada que ver con lo que hablábamos al principio, pero no me opongo ni trato de restablecer el tema anterior. Ella es así, divagante y sincera, honesta, graciosa, sin rencores, sin odios,  Mary simplemente.

Gregorio insistía en tener más hijos, pero yo ya estaba tan cansada de todo. Con las niñitas chicas, son cuatro, tú sabes, estaba hasta más arriba de la coronilla y más encima llegó doña Pepa a morir con nosotros. Pobre vieja, la trataron como la mona en la casa de reposo y vino a parar acá. Gregorio la trajo sin consultarme y se armó un despelote en la casa que ni te cuento.

Gregorio insistía. Yo creo que quería tener un hijo, pero estaba bueno de leseo, ya entonces estaba tan cansada de todo. Cuando iba al médico tenía que ir volando. Menos mal que Roberto, mi primo ya se había recibido de doctor y me ayudó a conseguir anticonceptivos. Era una locura. En ese tiempo no era como ahora. ¡Había que pedirle permiso al marido! Ahora las cabras tontas que quedan esperando guagua es porque quieren.

Me dieron unas pastillitas, me acuerdo, tan chiquititas, apenas las veía en la noche. Las tomaba a escondidas, para que Gregorio no se molestara. Venían de colores me acuerdo y yo las metía en un frasco de homeopatía, apurada y escondía el frasco. Si me preguntaba, tenía otro de los mismos y le decía que eran píldoras para el dolor de cabeza.  En ese tiempo me empezaron estas jaquecas horribles. A veces no podía ni moverme y las niñitas saltando encima mío, ¡qué tontera! Te imaginas con otra guagua…

Seguí así un buen tiempo, hasta que una amiga de Maryann, mi hija mayor, pasó unos días en la casa. Le comenté, porque ella estudiaba para matrona y casi se le cayó el pelo. Me dijo ¡tía, tiene que tener la pura escoba con las hormonas!, si cada pastilla tiene un color porque tienen una carga distinta que debe ser para el día específico del ciclo. ¡Vaya a ver un médico al tiro! 

Yo me morí de la risa y la cabra me miró como si estuviera loca. Fueron bien amigas con mi hija. Ahora parece que está en Francia.

El griterío de las nietas la interrumpe. Del mar aparece de pronto un bote a motor. Maryann viene a visitar a su madre, desde el otro lado de la bahía. Siempre le ha gustado hacer esas entradas tan espectaculares. Simpática y risueña, tiene una energía y un ángel únicos. La menos complicada de las hijas, muy, muy parecida a Mary.

Se abrazan. Maryann le deja un pequeño paquete con algunas cosas y se retira como una actriz de cine, saludando a todo el mundo, con una sonrisa de oreja a oreja. Mary sonríe también.

Varios

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Cierra la puerta a esta visita que se aleja y Mary francamente se ríe a carcajadas por toda la situación. En su vida se había sentido más ridícula y complicada. Esta nueva novia de su primo, con aires de adolescente y de comentarios tan poco atinados, le había causado una ataque de risa nerviosa que no podía detener.

Nos sentamos en la mesa del comedor de diario y mientras toma una taza de té y se fuma el quinto cigarrillo de la velada, drásticamente cambia el tema y empieza a hablarme de la mamá de Pancho. No quiere que Gregorio se incomode por nuestras risas y no quiere provocar un round, totalmente innecesario a estas alturas de la vida, pero perfectamente posible conociendo el carácter de su marido.

– Cuando la Pestañita venía, llegaba cargada con una cantidad de leseras, dignas de una princesa de cuentos. Maletas tras maletas, cajas de sombreros llenas de cachivaches y por supuesto su necessaire, que pesaba como cinco kilos y que le dejaba doliendo el brazo cada vez que lo cargaba. Era muy divertida. De todo compraba, de todo se abastecía, porque era como una fiebre para ella esto de tener tanta cosa disponible. Cuando el papá de Pancho salía de «gira» como le decían ellos, se paseaban por todo el país, alojando en los mejores hoteles. La Pestañita se volvía loca en la zona franca y compraba como para un ejército. Cuando cruzamos la frontera juntas y nos fuimos a este pueblo de cuentos que queda aquí al lado, ¡¡qué manera de comprar leseras!! Les pedía plata prestada a mis hijas para seguir comprando, porque ya se había quedado corta de fondos. Era muy divertida. ¿ Te conté que enseñaba a mis hijas a fumar? Y se escarbaba los dientes con esos palillitos, para puro molestar y hacer reír a las chicas. ¡Qué bien lo pasábamos!

Siempre la Pestañita se ufanaba que ella tenía mucho de cada cosa. Varios, decía siempre, y llenaba y llenaba su necessaire con leseras, muestras de cosméticos, perfumes, jabones. Tenía una perfumería completa en su bolso y no le daba nada a nadie. Ahí andaba cobrando sus cosas. Pero a mis hijas siempre les regalaba, pero NO de esos que tenía ella, sino que les compraba aparte. Era muy divertida.

Después que falleció, luego de un cáncer atroz que se le alojó en los huesos y no la dejó jamás tranquila. Si imagínate que estuvo con morfina los últimos meses, eran tantos los dolores. Yo me enteré por Pancho, porque Gregorio, para variar, había discutido con ellos y estábamos alejados. Cuando revisaron su dormitorio, encontraron cajas de zapatos nuevos, sin haberlos usado jamás. Jabones en cantidades, que no te imaginas. champú, cosméticos, perfumes. De todo. Siempre decía que tenía varios. Pero esto era una verdadera perfumería. Pobre Pestañita. No pudimos despedirnos.

Mary me mira como si la mirara a ella, y en su corazón siento que se despide de su amiga y confidente, con la única que pudo hablar siempre francamente de su vida y la única, estoy segura, que sabía toda la verdad.

La Casa del Campo

vista al mar

Cada verano, justo después de navidad, Mary empieza a hacerse a la idea de su éxodo a la casa del campo, como le llama. Enclavada en la cima de una pequeña colina, domina una hermosa extensión del mar, interrumpida desconsiderádamente por el centro de cultivo de choritos del que ella se burla abiertamente, sobre todo después que Gregorio ha limpiado el estanque del agua y todas las cañerías con ácido muriático, vertiendo los residuos al mar, produciéndose los vapores más tóxicos que  haya visto en su vida.

Mary debe rápidamente organizar los detalles menores, pero no menos importantes, como  seleccionar y cargar las sábanas, la ropa para Gregorio, objetos de uso diario, como detergentes y lavalozas. Comida no, porque Gregorio compra víveres como para alimentar a un ejército, en una locura indescriptible que le dura días enteros, preocupado que no falte nada, para el séquito que espera le rinda pleitesía allá también.

Todos los afanes de Mary deben ser rápidos y definitivos, cortos y precisos. No hay tiempo para perder, ni siquiera pestañar. Disfruta mucho el espacio al aire libre, el mar, la contemplación, la tranquilidad y la maniobrabilidad de esta casa, infinitamente más pequeña y menos llena de malos recuerdos. La posibilidad de evadirse ciertamente, caminando por la playa, le provoca emociones encontradas. El amplio patio con un prado rigurosamente cortado, le recuerda los parques de su niñez. Añora esta casa, donde todo es nuevo y especial. Podría vivir aquí los últimos días de su vida, pero la jodienda de ir al médico con Gregorio cada tanto, las medicinas, las compras y los eternos problemas con sus hijas le impiden pensar seriamente en esta opción.

Nos levantamos esa mañana, una vez que Pancho y Gregorio han ido a la ciudad a comprar el diario y alguna que otra golosina sólo para ellos y sólo porque ellos piensan que podría hacer falta. Mary me recibe con una sonrisa y todavía en bata, me ofrece café con leche y me invita a que me prepare huevos.

– Usa esa sartén no más, que está rebalsando en aceite de oliva, seguro Gregorio esta mañana se preparó y como es tan exagerado, no sabe medir. Yo mientras tanto voy a pasar un poquito la escoba, pero pónte cómoda no más y copuchemos que estos dos tienen para rato.

Esta propiedad era del suegro de una de mis hijas, y por algún negocio medio raro vino a parar a las manos de Gregorio.  Me gusta mucho la vista y me hubiera gustado que hubiera dejado más árboles, pero como es tan arrebatado, trajo unas máquinas inmensas y estuvieron trabajando como dos semanas, volando todo el cerro para hacer la casa. De arriba se ve más lindo, pero tan porfiado, no quiso construir ahi. En ese tiempo le había dado por tener una flota pesquera y quería que esto fuera un puerto de abastecimiento. Al final, vendió todo, porque le robaban mucho, decía  y se quedó con la pura casa. Es tan lindo todo acá. Yo le digo siempre, podríamos salir a caminar, pero viene y se encierra a mirar televisión a todo volumen, igual que en la casa y no se puede ni conversar. Yo por eso salgo, es tan rico el aroma del mar y escuchar los pájaros. Ahhhh, me quedaría aquí tan tranquila, pero vienen mis hijas con mis nietas y esas cabras chicas son tan ruidosas, que ligerito hay que partir cascando. Ni siesta puedo dormir con las cabritas corriendo para adentro y para afuera. Si no hay un minuto de tranquilidad.

Así se pasa el verano entero, con las cabras chicas mañoseando, los viajes de Gregorio, la rutina de la casa, el perro, porque ahora quiere traer al perro. Es insoportable. ¡No estar en tranquilidad un rato siquiera!. Qué tontera. Mira, ahí vienen llegando. Seguro traen un montón de cosas del supermercado. Tan exagerado este Gregorio.

El Cumpleaños

– Yo doy la vuelta mientras tú compras, para no estacionarme en doble fila- dice Pancho y me bajo en dirección a la florería. Es el cumpleaños de Mary, y lo único que se nos ocurre regalarle es un obsequio que refleja su carácter. Un gesto que no ha visto en años, además; Gregorio jamás le ha regalado un bouquet.

Elijo uno bonito, no muy grande, sencillo, pero elegante. Arreglado con maestría por la florista, se ve maravilloso. -Me lo quedo yo- le digo a Pancho en broma y nos dirigimos a la casa.

Está todo iluminado y nos sorprendemos. Hay varios autos estacionados y nos sorprendemos aún más. Normalmente, el cumpleaños de Mary pasa sin pena ni gloria. Siempre el de mayor pompa es el de Gregorio, con cenas fuera, regalos fastuosos y todo el clan reunido rindiéndole pleitesía. Una corte falsa, fingida, profundamente aburrida y que dura sólo una horas en su pose. El cumpleaños de Mary siempre es más sencillo, más hogareño, más real. Ella tiene algunas amigas de años que se dan cita religiosamente en la casa, llueva o truene. Se conocen desde siempre y saben perfectamente toda la historia.

-¡Felicidades Mary!- nos abrazamos con cariño y con el alma. Este pequeño presente de parte de los dos. Mary lo mira arrobada y no puede dejar de comentar – Oye, que flores más lindas, tanto tiempo que no recibía flores. Una de mis nietas me regaló una rosa , pero están fabulosas, muchas gracias, muchas, muchas gracias. Me encantan las flores.

Nos dirigimos a la mesa y Mary corta generosa un grueso trozo de pastel. Conversamos sobre nada, mientras sus amigas, ya mirando la hora empiezan a emprender la retirada. Ellas han llegado a la hora del té. Como la luz del día, van paulatinamente haciendo abandono de la celebración, así como también lo hacen las hijas de Mary, con un sentimiento de deber cumplido y apuro profundo por seguir con sus vidas, ajenas a esta casa y a todo, en realidad.

Pancho y Gregorio hacen bromas a propósito de un concurso en la televisión, se dirigen al living  y nos quedamos solas con Mary en el amplio comedor. A nuestras espaldas, una dramática y oscura pintura de una gitana con vestido andaluz, nos acompaña. Mary mira el cuadro y me cuenta: La primera vez que fuimos a España a conocer a la parentela de Gregorio, yo no podía creer en las condiciones de miseria que vivían. ¡¡¡Si no había baño!!!. La casa estaba más alto y el primer piso era como un gallinero, guardaban paja y algunas otras cosas que nunca quise saber qué eran, y en la esquina, arriba había un hoyo tapado con unas tablas. Ese era el baño. Caía todo para abajo y de vez en cuando uno de los tíos de Gregorio revolvía con paja y cuando se formaba una ruma, se la llevaba en su carretilla al campo. Yo casi me morí cuando ví eso y las gallinas y conejos entremedio. Esa tarde había guiso y yo no pude comer del asco que tenía. Gregorio me hizo un escándalo y toda su parentela me retó. ¡Son tan histéricos estos españoles!

Me muero de la risa, por toda la situación y casi puedo ver a la pobre Mary haciendo de tripas corazón para salvar su pellejo intacta. ¿ Sabes, Mary? -le digo- Deberías escribir un libro de todo lo que ha sido tu vida. ¡Yo voy a escribir un libro con tu historia!   Escribe no más -dice ella- si nadie me creería tanta lesera que he tenido que pasar.

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El Milagro del Padre Pío

Terminamos de cenar. Levantamos la mesa y servimos lo que queda de la cerveza entre Mary, Pancho y yo. Gregorio no bebe cerveza ni nada de alcohol. Después de haber sido un bebedor irredento, por décadas, ahora ya no prueba una gota. Mary me ha dicho otras veces que fue un milagro concedido por el Padre Pío, aquel que estigmatizado hasta el límite de lo humano, se daba maña para seguir predicando la fe y la esperanza. Por eso Mary cree a ciegas en él. Su vida también ha sido un estigma permanente. Vivir al lado de este hombre, que la ha mandado al hospital no sé cuántas veces por golpizas horrendas y otras tantas, habiendo primado la discreción antes que nada, sólo se ha conformado con llamar un médico a la casa, que la atienda en privado. Mary siempre ha creído que la causa mayor de toda esta violencia es el alcohol. Nosotros ya no sabemos qué creer.

Gregorio estuvo en tratamiento tres veces para dejar de tomar – cuenta Mary-. La primera fue una cosa atroz, yo había vuelto recién a la casa, las niñitas estaban chicas y un doctor checo, que recién había llegado a esta ciudad, se hacía la américa tratando tanto gallo curado que andaba por ahí. Varios amigos de Gregorio se sometieron a la misma cuestioncita. Nunca supe los resultados. Era tan brutal la cosa, ¿sabes? Llegaba el doctor con unas sales y luego, inmediatamente me solicitaba una palangana, para echar ahi lo que estuviera tomando Gregorio en ese tiempo. Había que calentar el alcohol, hasta que hirviera y luego el paciente, después de haber inhalado las sales, tenía que poner su cabeza, cubierta con una toalla y aspirar los vapores del trago. ¿te imaginas? Era espantoso. La casa entera olía a gin hervido y al vómito de Gregorio, que no hacía más que acercar la cabeza, cuando daba vuelta todo el estómago y tú sabes cómo come. ¡Por Dios! Yo le alegaba al doctor, pero como casi no hablaba español o se hacía el que no entendía, era inútil. Por supuesto cobraba una fortuna, de plata si entendía el huevón, no se le podía deber un peso.

Por un tiempo Gregorio anduvo más o menos bien, casi no tomaba o muy poco con las comidas. Era imposible que retuviera el alcohol por mucho rato sin vomitar. Casi no salíamos en ese tiempo, con la lesera del vómito por todos lados. En fin.

Pero después de un tiempo y con el estómago de caballo que tiene, se «reacostumbró» a tomar y ahí nos fuimos para abajo y empezaron a quedar las grandes. En ese tiempo doña Pepa vivía con nosotros, este se amanecía tomando y habían días que no llegaba. La vieja le aguantaba todo y yo no podía alegar nada.

Después, por irse detrás de una querida que tuvo, se le ocurrió ir a la capital a hacerse otro tratamiento. ¡Pretencioso!. Seguro la huevona le ha dicho que estaba gordo, porque estaba soplado como un sapo y él, haciéndose el dije, partió. Estuvo en una clínica privada, como estuvo Frank Sinatra, me decía después el huevón y gastó no te imaginas cuánto. ¿Para qué? Si no le duró nada. Al final a la pobre mujer, le terminó sacando la mugre y la dejó botada acá afuera de la reja, con todas sus cositas regadas en la calle. Pobrecita. Yo llamé a la ambulancia para que se la lleven al hospital. Pobre mujer.

Después creo que se hizo otro tratamiento, creo. No me acuerdo muy bien, porque ese fue mi tercer intento de fuga. Estuve un año fuera.

Al final cuando volví de nuevo, la Betty, mi amiga, me regaló la estampita del Padre Pío y me dijo, Mary ruégale con fe no más, si es milagroso, vieras tú. Además, si hay alguien que necesita un milagro en este pueblo, esa eres tú. Nadie se explica cómo lo aguanto, pero ¿sabes? Gregorio es bueno, si el problema que tiene es el trago y ese genio, tan arrebatado. Dile a Pancho que te cuente, si han peleado no sé cuántas veces.

Mary no sabe que Gregorio recibió un ultimátum de las hijas y de su nieto mayor, el único varón de la familia, que se negaba a seguir viendo el estado lamentable en que andaba y a justificar las golpizas que le daba a Mary. Además, ya Gregorio estaba fichado por la policía y trataba por todos los medios de escapar de ir a parar a la cárcel. Incluso hasta donaciones ofreció, pero la policía fue implacable. Lo único que querían era ponerlo tras las rejas. Era aceptar el milagro del Padre o hundirse más aún. Gregorio no es ningún tonto, me ha repetido Pancho hasta el cansancio. Creo que tiene razón. Pero es romántico para Mary concluir que su devoción salvó su familia, y que ahora, al menos, descansa de las indignidades del alcohol. Un problema menos dirá, mientras lavamos la loza rapidamente, porque no debemos olvidar la pastilla para el viejito, justo a las 10:20.

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El Puzzle

Cuando Gregorio compró el computador, Mary lo encontró lejos la más grande de las chaladuras que le había tocado presenciar durante estos cuarenta años de casados. Era un artefacto tan raro y complicado. Gregorio con suerte usaba el fax y ahora se traía otro problema a la casa. ¡Qué tontera!. Pero bueno, si no hay quién le diga algo.

Fue quedando el equipo, como una especie de gran brujería dentro de la casa, incluso la empleada se negaba a limpiarlo. ¡Qué dolor de cabeza! decía Mary. Pero Gregorio se empeñó y con la ayuda de su nieto mayor y de su propia porfía, aprendió lo básico. Pronto estaba recibiendo hermosas presentaciones y «cartas» como les llamaba a los correos electrónicos. Quedó totalmente fascinado con la inmediatez de la respuesta y cómo se podía conectar con cualquiera en este planeta. Mary aún lo encontraba una locura, pero eran muy bonitas las vírgenes y los santos que su amiga Betty le mandaba,  que cedió a la fascinación un buen día. Yo le ayudé a crear su propio correo electrónico y estaba como una niñita de escuela, alegre y alucinada.

Soportó estoica las intromisiones de Gregorio en su correo y cómo sus hijas le borraban sin consultarle presentaciones y direcciones, sin darle mayores explicaciones. ¡ Qué rabia ! Me reclamaba, pero se sometía por alguna razón sin sentido, que yo no buscaba comprender ni cambiar.

Una de sus nietas pequeñas llevó un día un juego, un puzzle y la instaló a su lado, para que le hiciera compañía y le fuera indicando dónde estaban las otras piezas, antes de que el tiempo se le terminara. Mary quedó totalmente obnubilada con este juego y le pidió a su nieta que lo dejara en el computador, porque ella quería probar.

Desde ese día no paró más. Es una adicta a los juegos. Compra, baja, selecciona, busca páginas. Se obsesiona con algunos y puede pasar un terremoto por la casa, ella no se da por enterada. Tan absorta y concentrada. Es la mejor forma de olvido que jamás se pudo inventar.

Estamos frente a la reja de la entrada. Tocamos el timbre por cuarta vez. Está lloviendo y el perro nos lame las manos amistoso. Pancho le convida el segundo caramelo, que se le pega en el paladar. Nos reímos, pero nadie abre la famosa reja y nos estamos mojando. Llamamos por teléfono, pero nadie contesta. Finalmente  Pancho llama al celular de Gregorio, y después de un rato, pasamos finalmente.

¡Qué extraño! dice Mary, ¿sabes? no escuchaba nada, me estaré quedando sorda. Gregorio me decía que estaban tocando, pero tenía la tele tan fuerte que yo no escuchaba nada. Pasen, tomemos un cafecito.

Al rato me acerco al computador, está el juego en pausa. Mary me explica como se juntan puntos y se van armando las piezas. Un verdadero puzzle, pero virtual. Está totalmente fascinada. 

Si no puedo dejar de jugar, me dice, estoy hasta las dos de la mañana todas las noches, qué cosa más entretenida. No me hubiera imaginado nunca esto. Pero si fíjate, qué lindos los dibujos y los colores. Qué cosa tan fantástica. Aquí estoy horas. Si ya casi no duermo siesta por seguir armando el puzzle.

Me río sinceramente y le doy un abrazo. Creo que más que otra cosa, Mary ha descubierto la mejor forma de olvidarse de todo y de todos.

El Club

Llamo a Mary rápidamente. Pancho me acaba de decir que me pasan a buscar volando y luego pasamos a la casa de Mary y de ahí al Club. Ella no tiene idea, como de costumbre, porque Gregorio nunca se molesta en informarle y mi labor es avisarle para que esté lista, pero sin que se note demasiado. Se supone que es una sorpresa.

Este tipo de sutilezas no son propias de Gregorio. No las han sido nunca. Pancho le mete estas idea en la cabeza, para tener una tarde agradable, para salir a pasear y para que la pobre Mary descanse de la casa gigantesca y del deber diario. Añadirle algo de variedad a su vida, que de tanto en tanto se vuelve caótica e insoportable. Esa es la consigna, ese es nuestro afán. Esa es la forma de paliar su desdicha.

Llegamos hecho un bólido y Gregorio estaciona dramáticamente su camioneta último modelo. La mesa nos espera. El lugar es el mejor de la ciudad.  Enclavado como un muelle sofisticado y opulento, se alza la figura del edificio sobre el mar. La vista a la bahía es espectacular y el servicio del restaurant inmejorable. La comida está congelada por muchos días y es de tarro, reclamará Mary sólo para fastidiar a Gregorio y comenzamos a ordenar.

Luego de la ronda de aperitivos, y respirando aliviados porque el milagro del Padre Pío todavía surtía efecto y Gregorio no probaba un trago, empezamos a reír, más sueltos y confortables. Los hombres hacen recuerdos de antaño, de viejas salidas y hablan en clave. Mary se ríe de ellos francamente y les recuerda que ella no es ninguna tonta. Que siempre supo la verdad. Conversamos de la vida, de las noticias en el diario y de pronto la música de fondo es apagada y un pianista se dispone a tocar. Mary mira divertida y me dice bajito – Te apuesto a que este huevón toca a Frank Sinatra- el preferido de Gregorio. En efecto, el pianista empieza suavemente los acordes de New York, New York.  Nos divierte la fijación de su marido por La Voz y cuando va al baño, Mary recuerda:

Si esta música se la cantaba a la huevona de la Marina. ¿Te acuerdas Pancho de la Marina? Si estuvo como cinco años con ella. ¡Haber metido a esa mujer a mi casa!. Yo lo supe todo, pero no me importó ¿sabes?. Se curaban como ranas y a ella le cantaba New York, New York. Al final, cuando regresé,  me encontré con cajones llenos de botellas de gin vacías escondidas en el sótano, ves que al tonto le fascinaba el gin. ¡Claro! con la Marina tomaban a boca de jarro y después quedaban las grandes. Si casi echan abajo mi casa. Huevones…

Gregorio regresa con la cuenta ya cancelada y nos apura con el postre. Le molesta estar tanto tiempo en la calle, en público. Prefiere dormir horas en su bergere frente al canal español del cable con la tele a todo full, porque pretencioso como es, se niega a usar un dispositivo para su oído. Está sordo como tapia, por eso no escucha cuando reímos con Mary y burlescamente nos alejamos cantando, …el amor de mi vida has sido tú…

Los Cigarrillos

¿Mary, necesitas algo? Pancho inquiere rápido y urgente. Van al centro a la velocidad de la luz y Gregorio no espera a nadie. No hay tiempo para grandes listas ni encargos interminables. ¿ Te traigo cigarrillos? Es todo lo que se le ocurre a Pancho y todo lo que Mary atina a aceptar. La verdad es que algunos le quedan, pero nunca están de más. Además, Mary no es una gran fumadora, sin embargo, cualquier cosa que relaje la tensión de vivir con su marido, le ayuda.

Mira, que bueno que a Pancho se le ocurrió preguntar, si casi no me quedaban. Esto de estar sin cigarrillos me pone nerviosa, porque a veces, cuando Gregorio se pone «nerviosito», tú sabes, realmente no hay quien lo aguante.

Si ayer sin ir más lejos tuvo un round con una de las chicas. Le dijo hasta para su abuela. ¡Qué bruto que es! Es su hija. Me tengo que haber fumado unos seis cigarrillos al hilo, después tenía un dolor de cabeza, no te imaginas. Es que es tan terrible, si nada acepta, nada entiende, tiene que ser todo como él dice. Yo les he advertido a mis hijas que no sacan nada con alegarle, pero a veces son porfiaditas y ahí es donde quedan las grandes. No, si es terrible. Pero, ¿quieres una taza de té? Estos tienen para rato. Gregorio con Pancho se entretienen y seguro pasan al café. Hay varias partes que solo no iría ni llorando. Si es cobarde, ¿sabes?. Ahora me doy cuenta.

Prende uno de sus cigarrillos de «emergencia» y aspira la bocanada con avidez. Siente que se relaja, pero yo sé que los recuerdos son muchos, la realidad es tan brutal y tan inmensa. Mary no dice nada. Nada más agrega. Sólo queda en silencio, por un rato que para ella es eterno. La casa está en paz, el hombre de sus pesadillas y de su vida entera está por el momento lejos. Pancho tiene el poder de tranquilizarlo, ha dicho Mary muchas veces y por eso espera con ansias nuestra llegada.  A veces es complicado estar en esa casa, entender todo, aceptar la situación, verlo desde afuera solamente. Mary es una víctima, pero sobre todo es una sobreviviente. Hay tanto que yo sé, pero hay tanto que ella se guarda en su corazón. Imagino que los recuerdos son tan decidores y crueles, no puede traerlos sin perturbar la aparente calma que ahora goza, al menos por este rato.

Pronto regresan los paseantes. Entran muertos de la risa. Mary ríe también. Es como si de nuevo estuviera en la casa de los papás de Pancho, al amparo de la Pestañita, sintiéndose distendida y más segura. Incluso bromea con Gregorio. Parecemos casi normales. Pancho le entregará los cigarrillos y no me sorprenderá enterarme que Mary no maneja dinero, no tiene ni un peso en su cartera, para nada, ni siquiera para tomar un taxi. Gregorio ha sido minucioso y detallista. Ni un peso, y la firme convicción que no los necesita. No sabría que hacer con ellos.

Fuma otro cigarrillo, esta vez con más calma y placer. Nos tomamos el té tranquilas. La miro desde el fondo de mi alma y siento que es tan víctima de sí misma, como de la vida que ha llevado, del hombre que le ha tocado y del tiempo que ha vivido.

La Mamá de Pancho

Mary siempre quiso mucho a la mamá de Pancho, mi marido. Se conocieron cuando Mary era apenas una jovencita y venía despertando del sueño de haberse casado con su príncipe encantado y estaba cayendo en cuenta que era una gran pesadilla, pero la presencia de la mamá de Pancho le ayudaba a evadirse del dolor de esta conclusión.

Con la Pestañita – así la llamaban porque tenía unas pestañas gigantes- lo pasábamos muy bien, siempre tan alegre y risueña. Me llenaba la cartera con leseras, bromista y pícara, era muy simpática. Cocinaba cosas que ya no se hacen, todo muy rico, y preparado por ella. Se amanecía cocinando, a la empleada la tenía para los puros mandados y para hacer el aseo. Pancho era sus ojos, tan contenta que se ponía cuando llegaba a darle un beso en las tardes y Pancho tan desordenado y bueno para el leseo. En eso salió a don Pancho que era igual de trasnochador y farrero. Salía y se perdía por días, pero la Pestañita no reclamaba nada, nada decía, ni una sola acusación ni una copucha. En ese tiempo yo estaba tan aburrida con Gregorio, pero con la Pestañita nos consolábamos, me escuchaba reclamar no más, nunca dijo una palabra de su marido. ¿Te acuerdas que te conté que íbamos a la peluquería y lo pasamos del uno? Ibamos a tomar helados y café a los mejores restaurantes de la capital. Ella era muy divertida y malcriaba a mis hijas, les dejaba jugar con su neccesaire, que era gigante, la pobre andaba como con cinco kilos de cosméticos, de todo tenía muchos, «varios» decía ella. Las niñitas se pintaban como monas y le sacaban todas las cosas de la cartera. Se echaban sus perfumes, que también tenía como veinte y lo pasaban muy bien, se morían de la risa y la Pestañita les enseñaba a decir groserías, después de grandes les enseñó a fumar, ella fumaba como loca unos cigarrillos mentolados que eran tan perfumados, andaba pasada a cigarrillo por más perfume y mentolado que usara.

Pobre Pestañita, nunca se quejó de don Pancho, era bien jodido el viejito, muy amigo con Gregorio, por eso Pancho cayó tan bien. Tenía un pekinés me acuerdo, que lo cuidaba montones, gastaba fortunas en el perro, se llamaba Marabú. Mi suegra, doña Pepa también tenía uno, pero no era tan lindo como el de la Pestañita. Ella tan pícara una vez le dió chocolate laxante al perro de doña Pepa, no te imaginas la diarrea que tuvo y ella se reía calladita. Le voló la cabeza a doña Pepa jugando canasta, ves que la pobre vieja no tuvo un minuto para el juego, preocupada del perro y la embarrada que tenía debajo de la mesa…

La Empleada

Mary está totalmente feliz. Ha llegado por fin su empleada, a ayudarle con el quehacer diario. Es increíble lo mucho que le cambia la cara cuando la mujer hace su entrada, como si nada, a las once de la mañana o rayando el mediodía.

Mary me ha dicho muchas veces que no le importa, con tal que llegue.  Gregorio sale muy temprano todas las mañanas, como ha sido su costumbre estos cuarenta años, regresa a media mañana a tomar una ducha y luego vuelve a salir. En todo este lapso, Mary está sola en su casa, prende el televisor, prepara una taza de té y un par de tostadas y espera paciente a que llegue la empleada. Por años ha sido su costumbre estar hasta mediodía en bata, le es más cómoda la vida de esa forma. Llama a sus familiares y prepara mentalmente lo que tiene que hacer para el resto del día.

Espera con ansias a la mujer, de ceño adusto y grave, de escasas palabras, que silenciosamente hará las tareas del hogar, en el mismo orden y con la misma parsimonia y quietud, dejando una estela de olores a desinfectante y cera para pisos a lo largo y ancho de la casa.

Mary siempre dice que la empleada es fanática de la aspiradora y la virutilla, y que si fuera por ella, se lo pasaría en ese trajín nada más, pero ella tiene que despertarla del encantamiento de la aspiradora e indicarle que también sería bueno que cocine alguna cosa y limpie los baños y que además haga funcionar la lavadora y se preocupe de colgar la ropa más tarde, porque Mary no puede. Una vieja lesión, producto de uno de los muchos rounds con Gregorio le ha dejado un perno de titanio en su brazo, que le dificulta muchos movimientos.

Cuando llega la empleada, le tengo que rogar que haga esto y lo otro -dice Mary contrariada- pero no sabes lo feliz que soy que llegue. Al principio llegaba a las diez y veinte, todos los días, pero ahora ya no le importa, y llega a las once o incluso al mediodía, se queja que la hija está embarazada y que tuvo que acompañarla al hospital o que tuvo un terrible dolor de cabeza – ves que le está llegando la menopausia-  y que no se pudo levantar , puras chivas yo creo, pero la verdad es que no me importa. Le pido una taza de té para cambiar el tema y si se pone complicada ahí me molesto un poco, pero tampoco la puedo retar, si la mujer es buena, es honrada y cocina en un ratito cualquier cosa, me deja la loza limpia, prepara la mesa para que tomemos el té y deja algo para comer en la noche, ya sabes cómo es Gregorio. Mis hijas dicen que debería ser más enérgica con ella, pero ¿qué le voy a decir? si en una de esas se molesta y no vuelve más y ¿ahí qué hago? . Ahora está tan complicado encontrar a alguien y ella es de confianza. Si ahora las mujeres prefieren trabajar en las plantas de proceso, congeladas, y por turnos -ves que se lo pasan fumando y chinchoseando con los hombres- que trabajar en las casas, puertas afuera. Cuando mi hijas eran chicas nunca tuve este problema, siempre tuve empleada puertas adentro, si se iban sólo porque Gregorio se ponía «nerviosito» muy seguido y les decía hasta para su abuela cuando estaba con trago.

Es que me muero sin empleada, esta casa tan grande y yo ya no puedo sola, no tengo la misma energía de antes, limpiando, raspando, no;  ya no puedo  y además hay que tenerle el almuerzo listo al caballero justo a la una, sino, no sabes la que se arma… Al fin y al cabo, la mujer algo coopera, y es honrada y tengo alguien con quien conversar en la mañana…

La Despensa

Mary nuevamente ha ido a la rápida al supermercado. Este constante sube y baja en que se ha convertido su vida es agotador , incluso para mí que soy espectadora.

Ella confecciona la lista apurada y en el camino, ya que nunca sabe en qué momento Gregorio le pasará a buscar para llevarla, a las carreras por la ciudad, como si la vida de alguien dependiera de eso. Llegan al supermercado y Gregorio se pierde en los pasillos, empujando el carrito con una velocidad de locura. Rápidamente selecciona diferentes productos que Mary, a escondidas debe devolver, los que pueda,  porque tienen docenas de los mismos guardados en la despensa.

Todo aquello que ella realmente necesita, es pasado por alto sistemáticamente, una y otra vez en las vueltas raudas de pasillo . Mary quisiera mirar, comparar, rebuscar, pero Gregorio es mucho más veloz y es el que maneja el dinero, así que debe apresurarse, coger lo que alcance de su lista sin demora e instalarse junto a él en la caja, antes que salga disparado con mercadería y todo y la deje abandonada en el local.

Llegamos con Pancho, mi marido, esa tarde, como de costumbre a comer, y sorprendo a Mary acomodando las bolsas de la compra en la cocina. Le ayudo en su tarea y me cuenta…

Este Gregorio tan acelerado, mira si otra vez trae estos porotos de tarro españoles, que son durísimos pero le encantan, tengo más de siete latas en la despensa, no me escucha, trae y trae, no le importa nada. Es tan exagerado, mira más litros de bebida y carne, si tengo el refrigerador lleno de carne. No pensará dársela al perro, está tan huevón este viejo últimamente. Más cecinas, si ayer no más tiré no sé cuántas que se vencieron, menos mal que hay plata para comprar, ¿tú no quieres llevarte algo para tu casa? Mira, yo te hago una bolsa más rato y te llevas parte de estas huevaditas, que nadie se las come y no sé por qué tan cargante de seguir comprando. ¡Si es porfiado!.

Ahora van a querer comer algo y la empleada no me dejó nada preparado, como yo salí apurada, la mujer aprovechó y se escapó no más, si ni la loza dejó lavada. ¿Hagamos unos huevos con salchichas? Tengo salchichas para darle a un ejército, mira si está lleno el freezer con salchichas.

Cocina rapidamente las salchichas mientras yo preparo los huevos. Estamos casi listas cuando Gregorio entra a la cocina, todavía con las migas de las magdalenas que tanto les encantan y que seguramente tiene por montones y declara que no quiere huevos, tiene ganas de comer un bistec y que mejor salgamos a cenar afuera.

Esa ha sido idea de Pancho, dice Mary contrariada, pero no se deja abatir. Sabe bien que su opinión poco importa. Cambia su sweater  y busca una chaqueta más elegante y , graciosa como es ella, bromea que hace dos años que no salen a comer juntos. Pancho me mira, me cierra un ojo y dice – Aprovecha Mary ahora, que con esta salida, por los próximos dos años estás sobregirada. Reímos todos y ella en especial, genuinamente divertida.

Salimos del brazo y vemos cómo Gregorio le da los huevos y las salchichas al perro. Mary me dice bajito – ves, si te digo este hombre más viejo, más huevón.

Peluquería

Nos encontramos con Mary, como de costumbre, en la mesa del comedor de diario. Su casa, monumental, hermosa, en el mejor barrio de la ciudad. Una casa gigante que ha sido su prisión, su orgullo, su preocupación y la mejor forma, según me ha confesado, de evadirse, por todos estos años de los sinsabores que ha  vivido con Gregorio. Usa palabras inexactas para explicar su vida. Al principio no entendía ese empeño, pero con el tiempo me di cuenta que no era empeño ni deliberación. Era como ella sentía y creía. Mary es como esta casa, hermosa, cálida, distinguida, vasta, amplia y acogedora. También, como esta casa, ha sufrido mutilaciones y el paso del tiempo le ha restado valor a su belleza. Como esta casa, Mary ha sabido salir adelante al paso de los sucesos y encontrarse hoy frente a mí con una sonrisa sincera, un abrazo apretado y la mejor conversación. La que nos salva a ambas, porque, guardando las proporciones, mi vida es muy parecida a la de Mary.

Cuando era más joven, si ya te he contado tantas veces, Gregorio era tan celoso y complicado que no podía ir ni a la peluquería sola. Después de todo el lío de mi estadía en la casa de mis hermanas, había decidido él quitarme el auto y me desplazaba por la ciudad en puro taxi. Con las niñitas, a las compras, al colegio, médicos, si hasta a la peluquería iba en taxi, rapidito y con los minutos contados y a ciertas horas no más, porque más tarde o más temprano era una complicación.

Pero cuando llegaba Pancho, todo se arreglaba. A mí al principio Pancho me caía pésimo, cabro chico metido entre los grandes, si se llevan como siete años con Gregorio. Ahora no se nota porque son viejos, pero entonces cuando se hicieron amigos, te imaginas, Pancho con diecisiete y Gregorio con veinticuatro, casado, y ya estaban mis dos hijas mayores. Pero qué les importaba, si salían y se perdían en las fiestas en la capital, y yo como tonta esperándolos en la casa de los papás de Pancho. ¿Qué le iba a alegar su mamá?, tan amorosa ella, si era su único hijo, les costó tanto tenerlo. Era su adoración. Pero el cabro de porquería, más malenseñado y metido entre los grandes, qué rabia. Llegaban de amanecida, haciéndose los chistosos, yo le revisaba los zapatos a Gregorio porque en ese tiempo se desarmaban bailando twist y llegaban sin suelas. ¡Cómo rabiaba!, qué tonta, no dejarlos no más, si al final a nadie hacían caso. Gregorio gastaba como país en guerra y se tomaban hasta el agua de los floreros.

Pero sólo con Pancho podía pasear en la capital, porque claro, metido a grande como era, le sacaba el auto a su papá y salíamos a dar una vuelta mientras Gregorio hacía sus negocios. Incluso me dejaba en la peluquería. Era tan buenmozo y dije. Como trabajaba en el laboratorio que importaba las tinturas, te estoy hablando tiempo después, si estos han sido amigos años; conocía a todas las peluqueras, si en ese tiempo no habían colas, que si hubieran habido igual lo hubieran perseguido. Tan buenmozo y simpático, pero metido entre los grandes. Qué mal me caía al principio.

Salíamos temprano con su mamá, otras veces,  y ella me ayudaba a cuidar a las niñitas, más bien las malcriaba, mientras yo aprovechaba de vitrinear y hacer algunas cosas. Terminábamos en la mejores peluquerías de la capital, haciéndonos los tratamientos más caros del salón, total, me decía la mamá de Pancho, si tienen para gastar en trago, que paguen la peluquería por lo menos.

Ahora voy rapidito, como entonces, pero me llevan mis hijas, de carrera, si alcanzo a teñirme apenas y a las perdidas, la peluquera me hace el peinado, que si no, salgo como bruja. En fin, todo para que no se pierda la continuidad…

Las diez y veinte

Mary ha respirado agotada después de confesarme la historia de su escape, pasando por la casa de la costurera. Fueron años difíciles, recuerda ella, los que pasó en la casa de la hermana. Su cuñado, que las recibió alegre y distendido, al cabo de un tiempo se mostraba receloso y muchas veces complicado con la presencia de ellas en la casa. Eran cinco bocas extra que alimentar, además de los constantes ataques de Gregorio, quien no se cansaba de ir especialmente a la ciudad – no le fue difícil descubrir adónde habían partido- a gritar afuera de la casa como un poseído, a las horas más inesperadas y ejercer una autoridad por nadie conferida en transeúntes y vecinos. Incluso había algunos que culpaban directamente y sin reparos a Mary por intentar volver loco a este pobre hombre.

Lo peor de todo; recuerda Mary, era el teléfono. El constante repiqueteo, con la insistencia de un demente, sólo para proferir insultos y amenazas, en todos los tonos y a todas horas.

El cuñado de Mary, capitán de ejército a esa altura, dudaba entre mezclar su injerencia en el mando y ponerle las peras a cuatro a este hijo de la gran siete o soportar estoico los embates, confiando en que en algún minuto de su vida cesarían las letanías atosigantes y la cordura, por la que todos rogaban, se instalaría en su mente y podrían finalmente establecer los términos de una separación civilizada.

Gregorio intentó por todos los medios intimidarla. Amenazó, extorsionó, utilizó y suplicó echando mano de todas las artes conocidas, de los más influyentes personajes y finalmente de la fuerza bruta que le hacía entrar como una tromba, alentado por el alcohol, pasando a llevar cuánta puerta, mueble, decoración y demás que estuviera en su camino, para tratar de agarrar a SU mujer por el pelo y arrastrarla como un cavernícola de vuelta a la morada familiar.

Fueron cuatro años muy duros, me diría Mary más tarde. Todas sus posesiones estaban en casa y a ella mayormente no le importaban. Sólo quería descansar unas horas sin verle, sin su mórbida presencia en todos lados y su voz gritándole, rasposa por el trago, que hiciera su papel de esposa.

Lentamente y sin darse cuenta Mary se fue quedando sin parientes. Sólo su madre intentó ayudarle, pero la insistencia de Gregorio de destruir, proferir e intimidar era más grande que toda voluntad de ayuda. Donde ella fuera, este ser descontrolado la seguía con el firme propósito de hacerle la vida imposible. Urdía planes a través de abogados y leguleyos que amablemente se acercaban a Mary de la nada, para comunicarle que el buen señor Gregorio le ofrecía esto o lo otro a cambio de volver al hogar, consagrada a criar a las hijas y al cuidado de la estancia familiar. Él no movería un dedo, no le tocaría un pelo y gozaría de una independencia nunca antes vista, pero, de no ser así, la hundiría hasta el cuello y la aplastaría como una hormiga, usando todo su poder, todo su dinero y toda su influencia, hasta que lentamente sus hijas se alejarían de ella escupiéndole en la cara, por su falta de visión.

Mary estaba atrapada, estaba realmente cagada y no sabía qué hacer. En el íntertanto, vivía de la caridad de sus hermanas y cuñados y de su adorable madre, quién intentaba alejarla de todo mal y hacerle un espacio en esta sociedad tan fijada y cruel.

Pero ¿sabes? – dice Mary recobrando el aliento y volviendo de golpe a este tiempo- yo como tonta caí y le creí todas sus mentiras. Lo hice por mis hijas y por dejar en paz a mi familia. Poco duró te voy a decir, harto poco…

De pronto, movida por un resorte invisible, Mary mira el reloj y sobresaltada hurga en su cartera. De la nada saca una cantidad de remedios dignos de la mejor farmacia y empieza a separar las píldoras para Gregorio y me explica el propósito de cada una. El reloj marca las 10:20 de la noche y Mary, con una sonrisa, dice – No, este huevón tiene mucho que agradecerme. ¿Tú crees que alguien más se preocuparía de darle la pastillita, que la hora exacta y esas leseras? Con lo exagerado que es, es capaz de tomarse una tira entera. Si estos remedios, todos juntos, pueden matar a un caballo. El doctor me los dio y me dio a mí unas dosis y me dijo señora, usted las necesita más que él. Para soportar a este hombre tantos años y sin medicamentos, sólo Dios sabe cómo ha sobrevivido. Se dio cuenta de todo el doctor, me dice ella, riendo.

Enseguida parte rauda a buscar un vaso de leche y con la mejor de sus sonrisas,  irá al living a darle los remedios al que ha sido, por 40 años, su marido.

La Costurera

Cuando recién me casé con Gregorio- dice Mary-  y nos vinimos a vivir a esta ciudad, no era más que un pueblo con unas casitas miserables, si incluso esta calle era de tierra hasta hace como, ¿cuántos años serán? ¿unos quince?

Arriba, en esa población donde mataron a esta niña que aparece en el diario, vivía una costurera que venía a hacer los uniformes de las niñitas y toda la ropa de cama, los plumones, los acolchados, todo se hacía a mano entonces. Ahora es población pero eso era una toma, sí me acuerdo, una ruina, sabes?. Todas las casitas desarmadas, el agua sucia corriendo por todos lados, los niñitos a pata pelada. Yo fui varias veces a buscar a la mujer que venía con mis sábanas a cuestas. En ese tiempo yo manejaba, tenía mi Fiat 600 y echaba a las niñitas arriba y partíamos. Volvíamos temprano, eso sí, no vaya a ser cosa que se pusiera «nerviosito» Gregorio.  Tan terrible y celoso que era en ese tiempo. Viejo huevón, ahora de viejo está huevón ¿sabes?.

La costurera era una buena mujer, estaba ahi en esa toma, porque le había quitado su casa la otra mujer de su marido. Cómo alegaba la pobre, con dos hijos que alimentar y el gallo brillaba por su ausencia. La ayudamos harto. Bueno ella me ayudó a mí también…

Mary hace un alto y busca un cigarrillo, escondido en el jarrón francés que adorna su anaquel lleno de vasos de cristal. Uuuyy, si te contara las cantidades que se quebraban cuando teníamos un alegato con Gregorio. Esos son más o menos nuevos.

Respira profundo y por primera vez en todo este tiempo de compañerismo fraternal, a lo largo de las muchas cenas que hemos compartido, lento hace palpable un secreto que hace mucho que yo sé, pero jamás había escuchado de sus labios.

Cuando Gregorio se enfurecía, agarraba todo lo que estaba por delante y volaba por mi cabeza, jamás esperé una conducta así cuando me casé, tú sabes, yo tengo hermanos, pero siempre fueron respetuosos. ¡¡¡Y mis papás!!! Jamás una mala palabra, pero yo estaba tan enamorada…, en fin. 

Gregorio ese día llegó más curado que de costumbre y yo acababa de llegar del colegio con las niñitas. Se molestó por una tontera, ni me acuerdo, y de pronto llovieron las palabrotas y los platos por mi cabeza. Mis hijas eran chicas y se escondieron calladitas detrás de la puerta, no sé como lo hice, no tengo ese recuerdo. Me he vuelto tan desmemoriada. Tomé a mis hijas de la mano, avancé por el pasillo y salí por la puerta, como alma que lleva el diablo. Gregorio había ido a buscar una botella de gin para echarse un trago y seguir con el show, pero no lo permití. Agarré mi Fiat 600, metí a mis hijas adentro y empecé a conducir como loca por el pueblo. No me preguntes cómo, pero llegué a la casa de la costurera. Ella salió afuera de su casita y me miró con cara de espanto. Recién entonces me di cuenta que no me veía muy glamorosa que digamos. Entendió todo la mujer, ¿sabes?.  No me preguntó nada y me ofreció una taza de té. Las niñitas todavía lloraban de susto.

La mañana siguiente, la mujer me prestó plata para el pasaje en tercera clase. Me iba a la casa de mi hermana y nunca más la volví a ver.

Cuando regresé al pueblo, ¡¡¡tonta yo!!! años después, la mujer ya no estaba, la busqué por todos lados, era de confianza y muy honrada en su trabajo, no pude darle ni las gracias…

Las Maletas

Mary ya ha levantado los platos de la mesa y nos preparamos un té de menta cada una. Gregorio y Pancho se han ido al living a mirar el canal español del cable.

Gregorio, lentamente se ha ido deshaciendo de sus posesiones por muchas razones que él enuncia con ardor y sin mucho convencimiento, pero la verdad detrás de estas decisiones es que ya ha perdido el toque. Todos sus negocios han ido acorralándolo en un mar de problemas de difícil solución. Y el que solía ser agudo y rapidísimo en la toma de acertadas decisiones ya no lo es más. Las continuas borracheras, esa adicción sin medida al alcohol que ha logrado romper de golpe y porrazo no hace mucho y naturalmente su edad, le han llevado hasta este punto. Nunca fue bueno para delegar, y nadie, pero nadie de sus parientes logró seguirle el paso, al ritmo que él requería y con la devoción que él exigía.

Sólo Mary sigue al pié del cañón en una decisión tragicómica, incluso para ella. En la cocina empieza a contarme su más reciente viaje…

Después de toda la pelotera de la venta del hotel, que fue un mal rato después del otro, a Gregorio le pagaron la millonada en billetes. ¿Puedes creerlo? Estuvo hasta las tantas en el banco contando al lado del cajero, para que no se le vaya a escapar un peso. ¡Qué obsesión! Pero bueno, gracias a Dios ya se terminó esa tontera. Mandó a buscar las maletas grandes, que estaban en el sótano y que no usábamos desde la última vez que fuimos a Miami en crucero. La empleada no las encontraba. Si yo tuve que estar en cuatro patas buscando las leseras.

En las maletas se trajo la plata, toda la plata. Qué locura, no depositar, no buscar una manera. Gregorio siempre ha creído que le quieren robar, es desconfiado.

Trajo las maletas llenas de billetes y las escondió debajo de la cama. Yo no pude dormir de puro susto pensando que cualquiera se hubiera dateado y hayan llegado a mi casa en la madrugada a asaltarnos por las famosas maletas. Qué rabia. Yo pensaba qué hago, si vienen estos tipos y te golpean con fierros en la cabeza y el perro es tan flojo y confiado, si te apuesto que los acompaña para adentro.

Así estuvimos una semana, mientras Gregorio pagaba algunas cosas y empezaba a gastarse la plata a tontas y a locas, mira la tremenda camioneta que compró, ¿para qué si ya teníamos una?. Pero bueno, yo no le reclamo nada, ¿para qué? Si se molesta y me dice hasta para mi abuela.  Y mis hijas lo secundan, que es peor.

Gregorio me dijo Mary, nos vamos a la nieve el fin de semana. Qué rico dije yo, sin tener que lavar platos y estar pendiente de la empleada y de las famosas maletas. Qué bueno, le dije, preparo todo y partimos cuando tú digas. Nos vamos mañana dijo él. Menos mal que me avisó, cuando yo siempre soy la última en enterarme…

Partimos temprano en la camioneta nueva, y no me vas a creer, pero se trajo las maletas con plata en el viaje. Si es de locura todo esto.

Acido Muriático

Mary sirve el postre, y destapa otra cerveza para compartirla conmigo  -No te vayas a curar, mira que después no sé si podrás irte caminando a tu casa- ríe sinceramente y le respondo -no te preocupes que llamo un taxi-

Queda un resto de Coca Cola en la botella puesta en la mesa, lo único que Gregorio, su marido, bebe de un tiempo a esta parte. Después de ser un alcohólico impertérrito, de golpe y porrazo dejó el vicio, nadie se explica muy bien porqué. Sólo Mary lo sabe, muy en su interior, pero para ella es mucho más romántico decir que fue el Padre Pío quien le hizo el milagro. Era un infierno vivir con Gregorio y más encima soportar sus borracheras. Mary no lo dice, pero yo lo sé.

Me pregunta si quiero esa Coca Cola y luego de negar con mi cabeza , le sugiero que la bote por el desagüe del lavaplatos y así se elimina grasa del drenaje.

Mary ríe divertida y me dice, no se te ocurra decirle a Gregorio de esto, porque es capaz de comprar una camionada sólo para destrancar el lavaplatos. Es tan exagerado, siempre lo ha sido, pero ahora de viejo se ha vuelto peor.

Se sienta a la mesa, enciende un cigarrillo y me cuenta – Todos los veranos nos vamos a la casa de la playa, y siempre, antes de llegar mis hijas con las niñitas, Gregorio contrata un par de maestros y van a la casa. Esta temporada partió como de costumbre y se le ocurrió limpiar el pozo. Desde que lo había construido jamás le había hecho mucho caso, pero vió en la televisión algún programa y partió decidido. Compró, no me vas a creer, 200 litros de cloro de piscina, para quitar el sarro del estanque del pozo, que después de 12 años, te imaginarás cuánto había. 200 litros!!!  Y se lo hechó al pozo, todo, ¡¡¡sin diluir!!! ¡¡¿Puedes creerlo?!!. Lo ví , apoyado al borde del pozo, sin ninguna protección, echándole esta cosa que es tan tóxica. No te puedes imaginar el olor que había luego, cuando abrías las llaves de la cocina o del baño. Es que quemaba los ojos.

Luego, alguien le aconsejó, ya que estaba en esos menesteres, limpiar la fosa séptica, ¡¡¡mira que tontera!!!. Ahí fue Gregorio a comprar a la ferretería ácido muriático, en cantidades, que no te imaginas, no sé cuántos bidones conté.

Era catastrófico, si abrías la taza del water y subía un vapor ácido y luego tirabas la cadena y quedaba una nube medio tóxica flotando. Qué desgracia.

Ese verano tuvimos que comprar no sé que cantidad de agua embotellada, porque no se podía tomar la que salía de la llave…

Mary hace una pausa y le pregunto, con profunda confusión, ¿¿y la fosa séptica la tuvieron de vaciar?? porque con tanto químico yo dudaba que hubiera resistido. Pero Mary me responde, si la fosa es un puro hoyo no más cubierto con cemento. Este Gregorio es tan despreocupado en esas cosas, los maestros de seguro lo hicieron leso y él pagó millones por el sistema y se va todo derechito al mar. ¿Al mar?- pregunto. Si, dice ella, al mar, y mira,  justo al frente están los cultivos de choritos. No se te ocurra comer, ¡¡ni de tarro!!

El Clóset

Después de encender por segunda vez el mismo cigarrillo, Mary recuerda con dolor una de las tantas escenas que le ha tocado vivir de la mano de Gregorio. Sin lágrimas, porque dice que ya no le quedan, va contando lentamente, como si repasara de nuevo cada detalle de esa tarde de otoño, con un sol pálido y frío, que entraba por la ventana de su dormitorio…

Gregorio – me cuenta- llevaba varios meses en esta relación con la señora del Notario. Todo el mundo lo sabía, incluso yo. Si ella era mi vecina!!! ¿Quién no iba a enterarse en este pueblo? En ese tiempo tomaba, sí, tomaba demasiado y la sra Pepa, su madre, estaba en esta casa. ¡Qué mujer! Todo le permitía, todo le justificaba. Siempre del lado de él. ¡Qué rabia! ¡Qué indignación!!. No podía alegar nada, siempre me mandaba a callar, vieja de mierda, que en paz descanse.

Mi cuñado Fernando me hizo tomar la decisión. Prometió ayudarme a mí y a las niñitas en nuestra nueva vida en la ciudad. Mary, me dijo, tienes que irte, tienes que alejarte de ese demente, en cualquier minuto te despacha y ¿qué va a ser de tus hijas?

Estaba todo preparado, la empleada había ido a la feria y sólo estaba la enfermera de mi suegra, abajo, comiendo. Ella se daba cuenta de todo, pero jamás comentó nada.

¡¡Estaba todo listo!! Y yo, la tonta, regresé a mi pieza a buscar el abrigo que me había regalado mi mamá. No se lo iba a dejar a la que ocupara mi casa. Las maletas de las niñitas, abajo en la entrada. Estabamos listas, cuando de repente, escucho a Gregorio. Había llegado en taxi, alguien le había avisado de nuestra idea. Subió de dos trancos la escalera. Yo estaba paralizada, aferrada al abrigo que me había regalado mi mamá. Se volvió loco. No hubo manera de explicar ni hablar nada. Me dijo hasta para mi abuela y de pronto, en un arranque de furia, tomó unos fósforos y enciendió el clóset donde estaba lo que quedaba de mi ropa. Bajó, me acuerdo y tomó las maletas y las hechó adentro del clóset. Eso ardía, era todo un espectáculo. Él gritaba desaforado que nadie lo abandonaba. Un es cán da lo. Hasta que llegó doña Pepa, con un balde de agua y apagó el fuego. No sé qué le dijo. Yo estaba todavía conmocionada. De pronto se calmó

Pero era como el ojo de huracán -sonríe- porque entró mi cuñado a buscarnos. Fue un desastre. Humo por todos lados, las niñitas llorando, mi cuñado discutiendo a grito pelado con doña Pepa y con Gregorio. No pude, sencillamente, no pude mover un músculo. Estaba paralizada de terror, de vergüenza, de rabia…

Prende un nuevo cigarrillo y dice, más para sí misma que para mí, qué tonta fui. Debí haberme ido nada más. Ese fue uno de mis varios intentos de fuga, sonríe con pena.

La Tia Anna

Quien no te conoce, Mary, no se explicaría jamás esta suerte de jaula de oro, de falsa vida acomodada, que no es no está ni cerca de la palabra VIDA. Vives en un terror –desengaño que podría haber mandado a cualquiera al manicomio, pero de alguna parte sacas esperanza, empeño, voluntad.

Compartimos la cena y recuerdas divertida, al dejar caer tu tenedor:

– Federico botada los cubiertos al suelo, cuando la tía Anna almorzaba con nosotros, sólo para verla meterse debajo de la mesa. Vivía con un pánico horrible. Sabes? Ella había llegado desde Colonia, poco después que la segunda guerra mundial. Solterona, tenía su pieza en mi casa. Era la tía de mi madre, pero nosotros de cariño le decíamos tía. Muy asustadiza la pobre vieja, el menor ruido la hacía salir corriendo. Hablaba de los bombardeos y de la guerra. Si hasta el pito de las doce le daba un pánico, que te mueres. Salía despavorida y se escondía. Estaba como……¿Traumatizada?, digo yo. Sí, eso. Traumatizada. Me he vuelto tan olvidadiza con las palabras. Eso te pasa cuando llegas a vieja…

La tía Anna tenía dos perros salchichas, horribles y mal enseñados, que alimentaba con leche condensada y mantenía encerrados en su pieza. El pasillo entero olía a perro. Feos y desagradables, no caminaban, parecían gansos de lo gordos que estaban y la pobre vieja los cargaba por la casa, los sacaba a hacer caca y los volvía a entrar a su pieza. Traté de aprender alemán con ella, pero el olor de los perros era tan grande que aguantaba hasta el segundo verbo y de ahí salía corriendo. No, te juro que no podía.

La empleada que teníamos no podía sufrir a los perros ni menos a mi tía. Como buena alemana, era muy pulcra y mandaba a la empleada más que mi mamá. La empleada se quejaba de porqué no se fijaba en su pieza que olía a perro y encierro, porque jamás abría las ventanas.

Nunca supe muy bien lo que pasó, pero un día uno de los perros amaneció colgado en el patio. Siempre pensamos que había sido la empleada, aburrida de los tratos de mi tía, que tomó a uno de los perros y lo ahorcó en el cordel de la ropa. Pero fue muy raro, porque los perros no salían sino era con ella. A lo mejor se le escapó, pero sabes? la pobre vieja no lloró ni hizo el menor comentario. Solita, agarró un azadón y fue al final, donde estaba la camelia y le hizo una tumba a su perro. Al tiempo después el otro también murió, pero ese yo creo que se murió de gordo. ¡¡Estaba mórbido!!! Si mi tía le daba la misma dosis que era para los dos a este solo. Yo creo que se chaló…